Insights | ¿Fake news o my news?

29/06/2021

¿Fake news o my news?

Hace algunos días apareció en el feed de una de las redes sociales que frecuento un video de un reconocido ex presidente de gobierno de Estados Unidos hablando con total convicción sobre la política internacional actual de su país; nada extraño de no ser porque sus opiniones eran totalmente contrarias a su línea ideológica histórica.

¿Cómo podría alguien afirmar con tanta categoría justo lo contrario de lo que ha estado defendiendo públicamente con tanta firmeza durante tantos años? Pues no se trataba de un ejercicio descarado de cinismo político sino de una alucinante pieza de falso video, más conocido en internet como “deepfake”. El gran mérito tecnológico (no ético) de estos contenidos es que consiguen simular casi perfectamente los gestos, la voz, el tono y las emociones de cualquier persona para hacer parecer sin que sea verdad lo que el realizador quiera, valiéndose de la fama de una figura conocida.

Si ya es difícil reconocer en ocasiones una noticia real de una falsa o tergiversada, qué salvará a los ciudadanos de a pie de simulaciones tan sofisticadas como esta. Y aunque los “deep fakes” son a día de hoy probablemente la mentira mejor disfrazada de la red, lo cierto es que las “fake news” aún menos elaboradas están presentes a diario. Incluso en redes profesionales y en teoría seguras como LinkedIn no es extraño encontrarse con informaciones y publicaciones carentes de sustento y veracidad, pero disfrazadas como información seria.

Vivimos en la época de la escasez de atención y el exceso de información.  Si pensamos en un día normal en el entorno digital de cualquier profesional que sea por ejemplo usuario de LinkedIn, esta persona puede tener al menos 7 canales distintos online por donde recibe constantemente información: Whatsapp; Email; Facebook; LinkedIn; Twitter; medios de comunicación online; y los periodistas de estos medios que a veces tienen más credibilidad que las propias empresas para las que trabajan.

Discernir qué información es verdaderamente real no es tan sencillo. Los algoritmos de las redes sociales por ejemplo están configurados para que veamos cada vez más contenido similar al que ya seguimos. Lo que provoca más y más información similar a la misma línea ideológica con la que hemos interactuado previamente. El efecto es el de caja de resonancia, donde tenemos la impresión que todo el mundo en la red habla y publica lo mismo que nosotros creemos, cuando en realidad nos es más que un efecto dirigido y sesgado técnicamente.

Si bien hay esfuerzos por parte de plataformas como LinkedIn o Facebook para limitar la expansión de las llamadas “fake news”, a través de revisiones manuales y de inteligencia artificial, cada vez es más complejo saber cuándo se trata de una tendencia, de un argumento bien expuesto, pero sin respaldo o solo de memes, posts o historias ingeniosas que puestas en el momento oportuno falsean la verdad.

No son tiempos fáciles, porque al final depende de la sabiduría y sentido común de cada individuo; y no todos los que publican en redes tienen ni el conocimiento, ni la formación ni la ética profesional necesaria para contenerse y verificar antes de comunicar. Estamos pasando de “fake news” a “my news” donde la información parece tan personalizada y tan a medida que se hace difícil compartir verdades comunes. La solución pasa por confiar en el buen juicio de los usuarios, en que sean capaces de contrastar la información disponible aprovechando la gran cantidad de fuentes existentes y disponibles.

La verdad actual está lejos de ser la de un solo lado o un solo medio; desde el boom de las redes sociales el poder está en los individuos y cada vez más la información confiable pasa por ser la suma de pequeños fragmentos, opiniones y canales. Más que nunca se hace necesario para los medios, los periodistas y las instituciones construir reputación, credibilidad y confianza. Quien sea capaz de ser creíble en espacios tan diversos y heterogéneos tiene más opciones de ser escuchado y esto aplica tanto para profesionales como para organizaciones y empresas.

Por: Javier Castro Rueda

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