10/07/2020
Una previsible victoria de un PNV imbatible para engrasar la relación con Moncloa
Las elecciones autonómicas llegan a Euskadi al fin, tres meses después de la convocatoria original del 5 de abril que tuvo que ser aplazada a causa del coronavirus. El ejecutivo de Iñigo Urkullu aborda así una ansiada cita electoral, necesaria para afrontar con apoyos sólidos un futuro que se presenta incierto.
La búsqueda de estos apoyos ha llevado a celebrar en julio unos comicios que en pleno confinamiento se preveían casi en octubre. El riesgo de potenciales rebrotes en otoño, así como el coste de abordar la nueva normalidad con un Gobierno en una situación de interinidad inédita, sin un Parlamento funcional ni la legitimidad para abordar las reformas estructurales necesarias, movía a Urkullu a forzar el adelanto, arrastrando de paso a Alberto Núñez Feijóo, más proclive a esperar a la vuelta del verano para celebrar elecciones en Galicia. Aun con todos los riesgos que trae consigo una convocatoria estival en términos de participación, especialmente en el contexto post-Covid, el PNV se presenta a los comicios con unas expectativas inmejorables. Nada parece pasar factura a los jeltzales, que presumen de gestión y no sufren los efectos de las acusaciones de corrupción ni del derrumbe de Zaldibar, temas que EH Bildu y Elkarrekin Podemos abanderan para desmitificar la “buena gestión” del ejecutivo de Urkullu.
Por otro lado, los bloques de izquierda y derecha se diluyen en Euskadi debido a las particularidades del escenario. El PSE-EE proyecta una imagen de “izquierda responsable” y “partido de Gobierno” y refuerza sus lazos con el PNV, frente a un EH Bildu que se erige en principal partido de la oposición y pretende ser la referencia de la izquierda vasca, ahondando en su compromiso con el soberanismo. Mientras tanto, Elkarrekin Podemos queda muy lejos de los resultados de hace cuatro años, y aboga por el pacto entre las fuerzas progresistas, un escenario que Mendia descarta y que resulta improbable a la luz de los resultados previstos. PP y Ciudadanos ponen a prueba su fórmula de coalición para tratar de contener el desplome de la derecha no nacionalista en Euskadi. A la alianza en sí se suman otros factores que pueden condicionar su resultado, como el giro conservador traído por por Iturgaiz y Casado; que rompe con la tradición foralista del PP vasco y el discurso más conciliador mantenido durante los últimos años.
La designación de candidatos para estos comicios ha sido un proceso tumultuoso para algunos partidos. En Podemos Euskadi, la cúpula dimitía al completo tras la victoria en las primarias de Miren Gorrotxategi, la candidata favorita de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. En el PP, las desavenencias con Alfonso Alonso, contrario a la alianza con Ciudadanos, se consumaban con la dimisión de este y el nombramiento en su lugar de Carlos Iturgaiz, opción de Pablo Casado para recuperar un discurso “duro” en Euskadi. La campaña también se ha visto sacudida por el desembarco de Vox en Euskadi, que ha llevado a cabo un gran despliegue de líderes nacionales en una plaza sin expectativas electorales. Los incidentes violentos que han acompañado a sus mítines han llevado a Abascal denunciar la “falta de libertad política” en Euskadi, una protesta en la que han encontrado el apoyo del candidato del PP, Carlos Iturgaiz. La polémica, no obstante, no parece influir en exceso en el resultado electoral: en el mejor de los escenarios previstos, Vox obtendría tan solo un diputado por Álava.
PNV y PSE-EE: un pacto clave para la gobernabilidad nacional
La más que probable reedición del pacto de Gobierno entre PNV y PSE-EE apuntala la buena sintonía entre ambos partidos y la proyecta hacia Madrid, donde el PNV es un aliado irrenunciable para que Pedro Sánchez pueda sacar adelante su agenda legislativa, especialmente ante el reto inminente de aprobar unos nuevos Presupuestos Generales del Estado.
Los resultados de las elecciones, que a todas luces permitirán a PNV y PSE-EE constituir un Gobierno de mayoría absoluta, respaldan la influencia de Urkullu y Mendia, el primero a través del poder negociador que tendrá su Grupo Parlamentario en el Congreso, liderado por Aitor Esteban; y la segunda como persona de confianza de Pedro Sánchez, clave para engrasar la relación con un PNV prioritario. Por su parte, los jeltzales aprovechan también para dar un golpe en la mesa frente a EH Bildu, afirmándose como valedor principal de los intereses vascos en Madrid y reduciendo a lo anecdótico acuerdos firmados por los abertzales con PSOE y Unidas Podemos, como el de la derogación de la reforma laboral.
El socio de Gobierno a nivel nacional pierde pie en Euskadi frente a un PSE-EE que mira hacia otro lado y un EH Bildu mucho más asentado en el territorio. A un partido desmembrado (pendiente de reorganización tras la dimisión de Lander Martínez y su equipo) se une el escaso apoyo que Unidas Podemos está en disposición de dar a su campaña vasca, con Pablo Iglesias sumido en la crisis del “caso Dina”. Rafa Mayoral ha sido el encargado de apoyar a Gorrotxategi, con un discurso centrado en la suma de las fuerzas progresistas contra la derecha, que trata de desviar la atención del hecho incómodo de no ser el socio principal del PSOE salvo cuando no hay alternativa. Los aliados de Sánchez siguen posicionándose en el complejo tablero de apoyos que describen la relación entre la política autonómica y la nacional. Es el caso de Esquerra Republicana de Catalunya, que respalda formalmente a la candidata de EH Bildu, con quien comparten determinación independentista. ERC y EH Bildu escenifican así un frente común de solidaridad independentista ante un PNV más moderado y recuerdan a Pedro Sánchez la fragilidad de su equilibrio de apoyos.
De cumplirse lo que pronostican las encuestas, la suma de PP y Ciudadanos no es capaz de frenar la sangría de votos de la derecha no nacionalista en Euskadi, que avanza sin remedio. Ciudadanos se diluye en una campaña dominada por el Partido Popular y que Pablo Casado capitaliza de forma magistral. Muy presente en Euskadi, Casado ha aprovechado sus apariciones junto al candidato para criticar la gestión de Pedro Sánchez y la política de alianzas de su Gobierno. El discurso de Carlos Iturgaiz, protagonizado por las críticas al nacionalismo y la defensa de la Constitución, se lee mejor en clave nacional que en clave vasca, y abre el interrogante sobre la existencia de una propuesta alternativa real por parte de una derecha que no termina de encontrar su sitio en Euskadi.
Los jeltzales arrasan en las encuestas con una previsión de participación en torno al 60%
Ni la gestión del coronavirus ni la convocatoria estival parecen lastrar el apoyo a los jeltzales. Más bien al contrario, la respuesta que el Gobierno Vasco ha dado a la pandemia, así como los retos económicos y sociales por venir, refuerzan al PNV, que obtendría cerca del 40% de los votos, uno de los mejores de su historia, prácticamente duplicando a la siguiente fuerza política. Según la mayoría de las estimaciones, este apoyo se traduciría en torno a los 30 o 32 escaños, llegando a 34 en el supuesto más favorable.
La clave fundamental del nuevo escenario es que esta vez el pacto de Gobierno entre el PNV y el PSE-EE sí que rebasaría ampliamente la mayoría absoluta (en la anterior legislatura ambos partidos sumaban 37 escaños, a falta de uno), gracias al avance que a su vez experimentan los socialistas, que consiguen capitalizar su participación en el Gobierno autonómico durante los últimos 4 años y obtendrían en torno al 14% de los votos y entre 2 y 4 escaños más que en 2016.
La gran incógnita para dimensionar la amplitud de la victoria jeltzale y también la de la mayoría que sea capaz de sumar con el PSE-EE será, una vez más, la participación. Conscientes del riesgo que la abstención supone para todos los partidos, las fuerzas políticas han llamado repetidamente al voto, insistiendo en la importancia de la movilización y también en las medidas sanitarias que garantizarán la seguridad del proceso. Hasta el momento, los sondeos coinciden en predecir una participación similar a la de 2016, en torno al 60%.
Más allá de los jeltzales, la candidatura de Maddalen Iriarte parece resistir el envite del PNV y se mantiene en torno a un 20% de los votos, consolidándose como segunda fuerza y conservando una representación similar a la de 2016. En el mejor de los casos, obtendrían 2 escaños más, y en el peor perderían 2. No así Elkarrekin Podemos, cuyo papel poco definido en el espectro progresista euskaldun (sin formar parte del Gobierno como el PSE-EE ni liderar la izquierda vasca como EH Bildu) afecta a sus resultados y cae hasta la cuarta posición, con un apoyo que pasa del 15% al 11% y perdiendo entre 2 y 4 escaños, en el peor de los escenarios.
La fórmula PP+Cs no convence al electorado vasco, que penaliza el cambio de liderazgo de última hora y el giro a la derecha protagonizado por Iturgaiz, y dejaría a la coalición con el peor resultado de la historia de la derecha no nacionalista en Euskadi desde 1986, con alrededor del 7% de los votos, tres puntos por debajo de lo obtenido por Alfonso Alonso en 2016. Los sondeos varían a la hora de traducir estos resultados en escaños, pronosticando una caída de entre 3 y 5, en el peor escenario. Otro factor a tener en cuenta es la irrupción de Vox, que capitaliza su protagonismo nacional y experimenta un crecimiento considerable, del 0,1% a alrededor del 1,5% e incluso un 2%, según algunos sondeos. Álava es su bastión de apoyo principal, territorio por el que podrían obtener un escaño, entrando así por primera vez en el Parlamento Vasco. A diferencia de lo ocurrido en citas electorales previas, se espera que los tres territorios distribuyan el voto de forma similar. En todos ellos ganaría el PNV, y en todos se replican las posiciones que obtienen los partidos a nivel autonómico. El PNV obtiene sus mejores resultados en Vizcaya, y EH Bildu, pese a ser segunda fuerza en las tres provincias, obtiene una representación significativamente mayor en Guipúzcoa. PSOE y Elkarrekin Podemos distribuyen uniformemente sus apoyos, y PP+Cs consigue su mejor resultado en Álava.