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15/06/2018

Spotify: innovación hasta para salir a bolsa

La disruptiva OPV de Spotify ha generado un intenso debate sobre en la comunidad financiera. Su listado directo de acciones ha rebajado el peso de la banca de inversión en el proceso y ha supuesto nuevos retos para la comunicación financiera. El éxito de la operación augura nuevas salidas a bolsa mediante este sistema pero solamente de empresas con unas características particulares. El procedimiento tradicional no está en peligro de extinción.

 

El pasado 3 de abril Spotify hizo su debut en el mercado bursátil, más concretamente en el Nasdaq de la Bolsa de Nueva York. Sin duda, un hecho noticiable dado el evidente tirón mediático de la compañía sueca de streaming musical. Sin embargo, lo más llamativo en este caso no ha sido el qué sino el cómo.

La compañía, inició su cotización en el mercado mediante un sistema que podríamos definir como “no convencional”, en el que el tradicional procedimiento de salida a bolsa ha sido sustituido por un modelo low cost de listado directo, por el que las acciones simplemente aterrizan en el mercado y en el que el primer precio de cotización se marca mediante un cruce puro de órdenes de oferta y demanda entre inversores emitidas el mismo día del debut.

Si bien existía un precio de referencia definido por la propia Bolsa de Nueva York (de 132$/acción), éste no pasaba de ser exactamente eso, una referencia para que los inversores tuvieran una mínima orientación de por dónde podrían ir los tiros, no un precio de apertura. Eso sí, este precio estaba basado en algo tan lógico como las operaciones privadas de compra-venta de acciones que los accionistas de Spotify habían cerrado en semanas anteriores.

Pero lo más interesante de esta operación es lo que tiene de disruptivo en un sector –el financiero–  y en un negocio –el de las salidas a bolsa– en los que, de momento, la innovación no ha penetrado en igual medida que en otros. La misma Spotify, de hecho, es el paradigma de empresa que ha contribuido de forma decisiva a la transformación de una industria que en los años 90 parecía haber llegado a un punto de no retorno debido a la piratería. Ha conseguido, por tanto, marcar el camino de un negocio que necesitaba de una reestructuración urgente para su supervivencia.

Evidentemente, en el caso de las salidas a bolsa la situación es bastante diferente. Desde luego el negocio de las IPO –término amplio en inglés para definir tanto las OPV como las OPS– no está en declive, ya que en 2017 se produjeron más de 1.700 salidas a bolsa a escala global, la cifra más alta desde el inicio de la crisis en 2007. Por tanto, no parece haber una necesidad imperiosa de reinventar la rueda. Pero esto no significa que el sector no deba ser permeable a las macrotendencias globales que abogan por la simplificación de procesos gracias a la tecnología, el acortamiento de la cadena de valor, la reducción de costes de intermediación, la eficiencia máxima en las actividades industriales y comerciales o la mayor capacidad de influencia y decisión del receptor último de los bienes y servicios, por citar algunas.

De hecho, en esta época de transformación (¿realmente ha habido algún periodo desde el Renacimiento que no lo haya sido?) el mundo está lleno de actividades y empresas cuyos modelos de negocio parecían totalmente consistentes hace escasos años y que ahora se encuentran en plena fase de evolución, reestructuración o hasta desaparición. Así que entendemos que sí: el sector financiero y el negocio de las salidas a bolsa también tienen que evolucionar.

 

Una salida a bolsa particular

En el caso concreto de las IPO solamente el tiempo dirá si la forma elegida por Spotify para salir a bolsa puede marcar una tendencia seria o no, pero hay que tener en cuenta que la operación de la empresa sueca contaba con una serie de particularidades que dibujaban un escenario especialmente idóneo para el experimento. A saber, una marca globalmente reconocida con 70 millones de suscriptores en todo el mundo, una situación financiera más que saneada que no implicaba la necesidad de emitir nuevas acciones o el fenómeno hype que habría provocado entre los inversores la propia novedad del procedimiento. El valor debutó a un precio un 26% superior a su precio de referencia y cerró su primera sesión un 12% por encima del mismo. Además el sistema funcionó bien, sin incidencias reseñables, y las expectativas de los inversores, encantados en su mayoría de haber participado de forma más activa en una IPO más equitativa y transparente, se cumplieron.

Tal vez los bancos de inversión tengan una visión diferente del asunto, en tanto en cuanto la importancia de su papel ha disminuido en un proceso en el que normalmente son principio y final de todo. Sin road-show oficial y sin necesidad de construir un libro de órdenes su intervención ha sido más limitada. Una intervención por la que obtienen generosos -y justificados- honorarios.

 

El papel de la comunicación financiera

Desde el punto de vista de la comunicación financiera, una operación de este tipo también supone un interesante reto. Definir una estrategia de comunicación en una salida a bolsa es esencial en cualquier caso para “asegurar” el éxito de la operación. Identificar problemas potenciales, gestionar escenarios sensibles y ajustar las acciones de comunicación a la evolución de la operación continúan siendo objetivos prioritarios.

Pero algunos factores varían. Por ejemplo, una parte importante de los esfuerzos de la comunicación durante las IPO se centra en la defensa de una determinada valoración de la compañía pero ¿qué ocurre si esta valoración previa no existe o es puramente objetiva, como en el caso de Spotify? Por otro lado, crear un clima de opinión favorable hacia los stakeholders sigue pareciendo un propósito clave pero ¿acaso no varía la importancia proporcional de cada uno de ellos en el caso de una salida a bolsa tradicional y en este último supuesto? Claramente la respuesta desde el punto de vista de la comunicación está en la capacidad de adaptación. Si bien cualquier proyecto de comunicación siempre es diferente a otro, lo cierto es que la sofisticación del ecosistema financiero, la cada vez mayor variedad de productos y soluciones y la velocidad a la que se producen los cambios en todos los ámbitos hacen que estas diferencias sean cada vez mayores.

En Estados Unidos, y por ende en el resto del planeta, ya se ha generado un intenso debate alrededor de todo ello. La pregunta que se hace todo el mundo es: “¿Si lo ha hecho Spotify (y no le ha salido mal), por qué no lo pueden hacer ahora compañías como Uber o Airbnb?”. Al final, lo lógico es que se trate un sistema complementario y no excluyente, destinado a cubrir las necesidades de cotización en el mercado bursátil de empresas con unas características determinadas, similares a las de Spotify. Y si esto ayuda a fomentar la participación de los ahorradores en la bolsa, a diversificar sus inversiones y a que se incorporen más empresas al mercado de renta variable gracias a la menor burocracia y a los ahorros de costes, bienvenido sea este novedoso procedimiento.